Fluid

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Fredrikson Stallard
19 May 2016
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09 Jul 2016

 Hace unos años Droog design presentó una serie de objetos en los que el consumidor participaba en la consecución de su apariencia final. Entre ellos había un cubo metálico que se vendía junto a un martillo, de modo que a base de golpear el cubo uno mismo podía darle forma a un asiento. A primera vista, algunas de las piezas realizadas en metal -la consola “Crush” o la mesa “Tokyo”, por ejemplo-, diseñadas por el estudio Fredikson Stallard recuerdan a aquella pieza radical. Y sin embargo, intrínsecamente, siendo igualmente experimentales, tienen muy poco en común.

Ese acto impulsivo y apasionado, incluso agresivo, del humano contra el metal, de cuya lucha resulta una pieza irregular e impredecible, no tiene nada que ver con el modo en que Ian Stallard y Patrick Fredrikson se enfrentan a su trabajo. En su caso, esas piezas metálicas son el resultado de un proceso de construcción que incluye sí, su propio trabajo manual, pero al cual se suman tecnologías de última generación que ellos aplican de tal modo que su control sobre la pieza sea riguroso, metódico, minucioso. Poco se deja al azar en las piezas creadas por Fredrikson Stallard. Los dos diseñadores sienten admiración y especial atracción por el arte, en particular por la libertad de acción que el arte permite. Pero aunque parezca contradictorio, en su caso, esta libertad se utiliza para ejercer un control que les lleva a definir, de un modo exhaustivo, todos y cada uno de los detalles de las mismas. Hay algo de aventurero en su constante atracción por nuevas técnicas y materiales, una especie de complacencia en el reto que les supone trabajar enfrentándose a lo desconocido. Porque estos dos diseñadores no son de los que se rinden fácilmente, su compromiso con sus diseños es tal que una vez que eligen un camino, luchan hasta el final para conseguir sus propósitos.

 Quizá es la necesidad lo que les obliga a doblegar el material a sus intenciones, domesticándolo e incluso torturándolo hasta meterlo en vereda. La necesidad de que las piezas tengan una función, el imperativo que se deriva de identificarse como diseñadores y no como artistas, aun compartiendo con ellos valores que trascienden la sola belleza. El caos en sus manos se domina y ordena. Un afán de perfección se vislumbra tras la primera impresión y, aún así, a pesar de la precisión de su ejecución, persiste también en su trabajo una celebración de error, el accidente allí donde ocurre, desentrañando así con naturalidad un lado sensual, emocional, que a su vez surge del rigor y que conecta de un modo más profundo con el usuario. No hay más que ver las piezas excavadas en poliuretano, que conservan el gesto manual del creador, con sus fluidas formas esculturales que recuerdan una cordillera en el caso del sofá “Pyrénées” o grandes rocas volcánicas en el caso de los asientos “Species”, en los que parece que fuera inintencionadamente, casi por casualidad, que permitan que uno se pueda sentar en ellas. Una forma subliminal de reinventar una tipología mientras se maximiza la capacidad expresiva del material.

Dando la vuelta al proceso, los diseñadores han rescatado los residuos que resultan del excavado del poliuretano en la elaboración de esas piezas y han subvertido su origen fundiéndolos en bronce. Una manera de valorar la forma misma, de apreciarla en objetos únicos y trasladarla a una nueva categoría en donde pasan de ser residuos a ser objetos preciosos. Es en esa tensión que se destila entre los opuestos, en el diálogo de contrastes que encuentra Fredrikson Stallard su acicate y su equilibrio.